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16 de julio.

Me levanto de la cama. Me encuentro mal, la cabeza me da mil vueltas, el estomago se me revuelve y las piernas se me han dormido. Decido volver a la cama, pero las voces que provienen de la cocina me indican que no sería una buena idea llevar a cabo dicha idea. Con cada paso que voy dando más fuertes se hacen las voces. Recorro el pasillo hasta la cocina, la puerta esta cerrada, apoyo una mano en la pares y escucho desde fuera. Mi madre habla con alguien por teléfono mientras mi padre habla con mi hermana mayor. Mi hermana Amy tiene 30 años y sigue viviendo con nosotros. Es extraño como dos hermanas no se parecen entre si. Yo morena de arriba a abajo, con el pelo rizado, regordeta y bajita; ella rubia, pelo liso, blanca de piel, ojos azules, mucho más alta que yo y delgada. Cuando era pequeña pensaba que yo o ella eramos adoptadas pero mientras crecíamos me di cuenta que nuestra forma de la cara era igual, igual a la de mi madre. Pero no solo físicamente no nos parecemos sino también en carácter. Yo veo la vida en blanco y negro y apreció los pequeños detalles de la vida mientras que ella lo ve todo en color, para ella la vida es diversión y nada más. Yo veo las noticias, ella las quita. Yo veo series y películas que me transmitan algo, ella comedias. Incluso en los gustos musicales somos totalmente diferentes. Yo adoro la música clásica, el jazz, el blues y ella las canciones que ponen en la discoteca. A veces pienso que nos hemos cambiado los papeles, que yo soy la chica mayor mientras que ella es la adolescente alocada. Vuelvo a mirar en el interior y oigo como mi madre dice a la otra persona de la línea: esta empezando. Ayer vino y empezó a encontrarse mal, aunque pudimos dormirla. No se acordará nada de ayer. Un escalofrío me recorre la espalda. No sé porqué pero me da la sensación de que quien hablan es de mi. Me doy la vuelta y vuelvo a mi habitación. Intento olvidar lo que escuchado. Me visto con lo primero que cojo, busco las llaves y una vez que las encuentro salgo de mi casa. Mandare un mensaje a mi hermana para avisarle de que no iré a comer. No sé a dónde voy, pero mis pies se niegan a parar. Decido coger el metro, una pésima idea teniendo en cuenta que es la hora punta para los trabajadores que no están de vacaciones. Si no fuera malo estar entre un hombre sudoroso y una adolescente danzarina en frente hay una pareja de novios que se abrazan. Cuanto odio ir en metro. Cuando era pequeña me subía al tren con mi madre y jugábamos a inventarnos la vida de la gente, que si aquel es abogado, que si aquella es doctora y si aquel joven canta en su garaje.

Miro al chico de nuevo y me quedo petrificada. No puede ser, es él. Es el chico de la playa y para más inri me mira y sonríe.  Dios que sonrisa. Es muy guapo, demasiado. Creo que me pilla mirando y giro la mirada; justo suena la campana que señala que es mi parada. Me alejo de allí lo más rápido que puedo. ¿Cuantas veces me encontrare con ese chico?

1 comentario:

  1. Hola! Bueno, en primer lugar decirte que te expresas muy bien. Es complicado escribir una historia y seguir un hilo argumental, y te animo a que sigas con ello. Me ha gustado mucho la comparación de la protagonista con su hermana. Me quedo con la curiosidad de si es autobiográfico. Pero muy buen comienzo, seguiré tu relato.
    Pd. Si no te gusta la música de discoteca,¿ por qué esa foto? Entonces no será autobiográfico, supongo... jaja.

    Un saludo.

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